martes, 11 de noviembre de 2014

ONCE DEL ONCE, A LAS ONCE HORAS


Un día como hoy de hace casi un siglo terminó la Primera Guerra Mundial. Casualidades de la vida, la paz se firmó a las 11 horas del día 11, del mes 11. Un acontecimiento terrorífico que cambió el curso histórico y la forma de entender el mundo. La distancia temporal, cien años, puede provocar cierta amnesia en los países y en sus habitantes, acostumbrados a no considerar más memoria que la actual, así que parece oportuno un pequeño recuerdo que mantenga en tiempo presente el horror de las guerras como forma de evitarlas. 

UN PUNTO DE INFLEXIÓN EN LA HISTORIA

La Primera Guerra Mundial, también conocida como Gran Guerra, está considerado el quinto conflicto más mortífero de la hitoria de la Humanidad: entre el 28 de julio de 1914 y el 11 de noviembre de 1918 murieron más de seis mil combatientes murieron cada día, en total más de nueve millones, a lo que hay que sumar seis millones de discapacitados y un número indeterminado de desplazados.
 
Recibió el calificativo de mundial porque en ella se vieron involucradas todas las grandes potencias industriales y militares de la época, divididdas en dos alianzas opuestas.  Por un lado, la Triple Alianza, formada por las llamadas Potencias Centrales: el Imperio alemán y Austria-Hungría. Por otro, la Triple Entente, formada por el Reino Unido, Francia y el Imperio ruso. Posteriormente se incorporarían otras naciones en uno u otro bando según avanzaba la guerra: Italia, Japón y Estados Unidos se unieron a la Truple Entente, mientras que el Imperio otomano y Bulgaria hicieron lo propio con las Potencias Centrales. En total más de 70 millones de militares, 60 de ellos europeos, se movilizaron y combatieron en la guerra más grande de la historia hasta ese momento.
 
La Gran Guerra alteró el orden político conocido hasta entonces. Tras la guerra desaparecieron cuatro grandes imperios: alemán, ruso, austro-húngaro y otomano. Los Estados sucesores de los dos primeros perdieron una parte importante de sus antiguos territorios, mientras que los dos últimos se desmantelaron. El mapa de Europa y sus fronteras cambiaron completamente y varias naciones se independizaron o se crearon. Al calor de la Primera Guerra Mundial se fraguó la Revolución rusa, que concluyó con la creación del primer estado autodenominado socialista de la historia: la Unión Soviética. Se fundó la Sociedad de Naciones, el antecedente de la actual Organización de las Naciones Unidas (ONU) con el objetivo de evitar que un conflicto de tal magnitud se volviera a repetir, aunque no logró evitar que dos décadas después estallase la Segunda Guerra Mundial, impulsada por el auge de los nacionalismos, una cierta debilidad de los Estados democráticos, el sentimiento de humillación infligido a los alemanes en la Gran guerra y las grandes crisis económicas, un caldo de cultivo perfecto para movimientos populistas como los fascismos.


TRINCHERAS
 
Trincheras y Primera Guerra Mundial van de la mano. No estaba planeado, pero después de una serie de operaciones inconclusas, uno y otro bando se atrincheran en el frente occidental en los territorios belgas. Todos tenemos en mente esas imágenes de los soldados viviendo entre el barro y la lluvia a lo largo de kilómetros de túneles excavados a dos metros de profundidad. Esta forma de hacer la guerra surgió a partir de una revolución en las armas de fuego, que hicieron innecesario acercarse al enemigo para abatirlo y llegó a su punto máximo de brutalidad y mortalidad en este frente occidental, ya que el posicionamiento estático de los bandos provocó la utilización de nuevos instrumentos bélicos –artillería pesada y gas como arma de destrucción masiva- que produjeron una carnicería descomunal y un nivel de destrucción desconocido hasta ese momento. Es la guerra de la metralleta y su vértigo veloz de muerte, del carro de combate, de la guerra submarina y aérea o de los gases tóxicos. Sólo habría que recordar la 'sorpresa' que recibieron los soldados de Ypres cuando descubrieron que la nube azulada que se acercaba hacia ellos les quemaba los pulmones y los volvía ciegos.

Fue el resultado de una guerra que sorprendió a todos los que participaron en ella. Tanto los soldados como los altos mandos tenían en mente las guerras anteriores que se resolvían en enfrentamientos frente a frente en campos de batalla y donde además se conocían los efectos de las armas y cañones. Sin embargo, este conflicto devastador se podría considerar como la primera guerra moderna, el laboratorio en el que se ensaya el armamento moderno que se pondrá en práctica en la Segunda Guerra Mundial. Resulta una paradoja cruel que todos los avances técnicos y científicos del siglo XIX, la centuria del progreso y la modernidad, sirvieran para el desarrollo de las máquinas de matar.

A ello hay que añadirle que las trincheras se convirtieron en uno de los lugares más insalubres en los que ha estado el ser humano, Siempre empapados, sus habitantes tenían como compañeros a piojos, pulgas y ratas, que se alimentaban también de los cuerpos de los heridos. En estos hormigueros hubo sitio también para las enfermedades propias, como el pie y la fiebre de trinchera o el síndrome del corazón del soldado, shock de las trincheras, la neurosis de combate o la fatiga de batalla. Y cómo no, surgieron algunas supersticiones, se decía que traía mala suerte ser el tercero en encender un cigarrillo, aunque tiene su explicación: con el primer fósforo se localizaba el objetivo del francotirador, con el segundo apuntaba y al tercero lo disparaba.


CAMBIOS

Como casi siempre los vientos sucios de la guerra, a pesar de su poder devastador, provocaron un inesperado avance en algunos campos. La industria bélica provocó un avance importante de la tecnología: la telegrafía sin hilos, antecesora directa de la radiodifusión, fusiles de repetición, ametralladoras, gases venenosos que dieron origen a la guerra biológica y química, vehículos de combate como los tanques, especialmente diseñados para atravesar las alambradas de púas y las trincheras, los dirigibles, primeros aviones de guerra, el uso masivo de submarinos de guerra dotados de torpedos y acorazados totalmente de acero con modernos motores como el Diesel y poderosísimos cañones de largo alcance balístico, también se usaron aunque en pequeña escala cohetes tierra-tierra. La artillería multiplicó los calibres, aumentó el alcance y mejoró los métodos de corrección. El transporte motorizado se generalizó y volvió obsoleta la artillería impulsada por personas o animales de tiro.

Tampoco la medicina y la psiquiatría fueron las mismas después del conflicto. La medicina tuvo que enfrentarse a nuevas heridas de guerra que ya no se limitaban a los clásicos casos de disparo o cañonazo. Algunos recordaréis la película 'Johnny cogió su fusil', con el soldado convertido en un tronco vivo, sin piernas ni brazos, ciego y sin posibilidad de hablar. Las calles se llenaron de mutilados de guerra y también de desfigurados como no se había visto nunca. Esto llevó a algunos médicos a intentar osados experimentos que en algunos casos fracasaron y en otros condujeron a un importante avance en campos como la cirugía estética, la técnica en las amputaciones o el tratamiento de las infecciones, cuando aún no se habían inventado los antibióticos. La guerra también propició avances como la creación de bancos de sangre para hacer transfusiones en el mismo frente.

Sin embargo, y en otra más de las burlas macabras que tuvo esta guerra, la peor enfermedad apareció al final de esta pesadilla. Si con el armisticio en 1918 se calcula que habían fallecido millones de personas, una epidemia añadió millones de muertes en una Europa que no se había recuperado del horror. La gripe de 1918, conocida como gripe española, terminó de diezmar a la población en un terrible epílogo, sin duda las condiciones insalubres en las que había quedado Europa provocaron el desarrollo y virulencia de la enfermedad.

 
YPRES

Cualquiera que viviste Bélgica encontrará un país dividido entre flamencos y valones, separados por dos lenguas (terrible paradoja esta de que el medio de comunicarse produzca el efecto contrario), dos comunidades que son más suma que mezcla. Cualquier guía os alertará sobre esta situación como uno de los rasgos distintivos del país y tal vez alguno se esfuerce, sin mucho éxito, dicho sea de paso, en encontrar elementos integradores: el rey, la bandera, la cerveza, el fútbol,… pero antes que todos esos argumentos puramente circunstanciales, debería citarse el recuerdo de la Primera Guerra Mundial, ese sentimiento común de horror muy vivo de trincheras, barro y máscaras de gas, que se ha transmitido de generación en generación.

En agosto de 1914, Bélgica negó el paso por su territorio a las tropas alemanas, que invadieron el país con el fin de atacar a los franceses por el camino más fácil. Esta violación de la neutralidad belga determinó el curso de esa contienda e hizo que Gran Bretaña entrase en guerra. Esta resistencia belga provocó, asimismo, que el país, en medio de dos potencias enfrentadas, Francia y Alemania, se convirtiera en trinchera permanente y en Estado ocupado. Nada nuevo para esta zona de Europa que ha sido un campo de batalla habitual muchas veces a lo largo de la historia.

Flandes está llena de cementerios de la Gran Guerra, pero si hay un lugar emblemático es Ypres, lugar donde se produjeron tres de las batallas más cruentas: en la primera, octubre-noviembre de 1914, los aliados ganaron la zona a los alemanes, que la recuperaron en parte en la segunda batalla, en abril-mayo de 1915, gracias al uso por primera vez de gas venenoso. Pero la mayor y más conocida, sobre todo por sus efectos devastadores en el número de muertos, fue la tercera Batalla de Ypres, del 21 de julio al 6 de noviembre de 1917, en la que franceses y canadienses lograron reconquistar la cresta Passchendaele, al este de la ciudad tras varios meses de lucha que concluyeron con casi medio millón de muertos, apenas unos kilómetros ganados por los aliados e Ypres prácticamente destruida por el fuego de la artillería.


UNA PLUMA BLANCA

Entre los cambios sociales, cabe destacar el avance del pacifismo. Durante la Gran Guerra batallones de mujeres patrullaban las calles del Reino Unido y entregaban una pluma blanca a los varones que no vestían uniforme militar. La ofrenda representaba la más directa táctica para identificar y humillar en público a los que desobedecieron la consigna de la propaganda gubernamental: «El país os necesita».

Más de 16.000 británicos dijeron «no a la guerra» por motivos éticos, religiosos, humanitarios o políticos. «El pacifismo se remonta al siglo XVII pero la guerra de 1914 fue la primera ocasión de resistencia masiva. La declaración de hostilidades contra Alemania precipitó la formación de grupos de presión y asociaciones políticas de corte pacifista, que lograron incluir la objeción de conciencia entre las cuatro posibles exenciones al reclutamiento admitidas en la Ley del Servicio Militar de 1916. Aun así, nadie les libró del escarnio social: seis mil de los 16.000 objetores británicos fueron encarcelados al menos en una ocasión a lo largo de la guerra, otros pagaron con edictos de muerte, conmutados después a años de trabajos forzados en cautiverio. El ostracismo, los insultos y ataques de los vecinos se prolongaron hasta después del armisticio.

Hoy vemos el movimiento pacifista con otros ojos, seguramente porque las guerras de hoy no son como las de antes, no hay agresiones entre países (salvo los últimos acontecimientos en Ucrania), sino conflictos internos producidos o provocados por motivos económicos, por más que se oculten bajo la apariencia de enfrentamientos internos, religiosos, culturales, geográficos, políticos y militares. Observamos también cómo de estas guerras actuales se benefician unos pocos, sin tener en cuenta el sufrimiento de muchos seres humanos. También en este aspecto no debemos abandonar cierto espíritu crítico, que al menos nos haga cuestionarnos el por qué de algunas decisiones y no aceptarlas sin más y porque sí, simplemente por el hecho de que procedan de nuestro partido político, como si fuéramos irracionales seguidores deportivos.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario