Hasta hace poco tiempo la mayoría
de los españoles no nos habíamos tomado
en serio el problema catalán. Estábamos más o menos acostumbrados a la quema de
banderas o de la foto del Rey, a las noticias sobre los problemas lingüísticos
en los colegios o con los rótulos de los comercios, a que el Barça exigiera
la interpretación de Els Segadors en
algún partido de verano en el extranjero o facilitara el Camp Nou para exponer
el mapa de los Países Catalanes o desplegar pancartas separatistas, incluso aceptamos
que nos cambiaran el nombre castellano por el catalán de las ciudades o las
instituciones. En el fondo lo considerábamos excentricidades, gotas que no
hacían tormenta, más ruido que nueces, porque no eran frecuentes o porque
quienes las propiciaban nos merecían poco crédito. Eran pequeñas concesiones
que asumíamos con templanza y pragmatismo. En esta calma chicha, nunca creímos que llegaría a plantearse el órdago de
una consulta secesionista, el todo o nada que nos ha cambiado el paso y ha
colocado la relación de Cataluña y el resto del Estado español en una situación
límite. En el artículo de esta semana reflexionamos sobre las razones que nos
han traído hasta aquí y las posibles salidas.
EL ATOLLADERO CATALÁN
Por Ricardo Martínez Galán
En un artículo titulado “Cómo hemos llegado hasta aquí” (El
País, 19 de julio), Manuel Cruz, catedrático de Filosofía de la Universidad de
Barcelona y autor del libro “Una
comunidad ensimismada”, apunta tres claves: la primera, histórica,
tiene su origen en la batalla de 1714 en la que las tropas borbónicas tomaron
Barcelona, tras lo cual se suprimieron las instituciones catalanas, es la fecha
en que algunos sienten que perdieron su libertad nacional, Para este grupo de
catalanes no cabe otra salida que alcanzar un estado propio. Una segunda razón
sitúa la razón independentista en la transición, en la que se pactó un sistema
autonómico insuficiente para satisfacer las aspiraciones catalanas. Esta es la
opinión también de Miguel Herrero de Miñón, uno de los padres de la
Constitución, que en el prólogo de la obra “La
cuestión catalana” señala como origen de los males actuales la
generalización del sistema autonómico, aquello que se llamó “café para todos”, que privó a los
catalanes del reconocimiento de su singularidad.
Manuel Cruz señala en su artículo
una tercera clave: el desenlace fallido del proceso estatutario, en la que el
Tribunal Constitucional deslegitimó la decisión tomada por la ciudadanía
catalana en referéndum y que se convirtió en el argumento que convenció a
muchos soberanistas sobrevenidos, como es el caso de Artur Mas, según
declaración propia. Javier Pérez Royo, Catedrático de Derecho Constitucional en
la Universidad de Sevilla, en su artículo “Escasamente
viable” (El País el 26 de julio) insiste en esta idea y trata de
explicar la frustración de los catalanes que no vieron reconocido su esfuerzo
de seguir la vía legal: “la reforma se
hizo respetando tanto la Constitución como el Estatuto de autonomía. Se aprobó
por el Parlamento catalán con una mayoría de más de dos tercios; se negoció el
texto aprobado con la Comisión Constitucional del Congreso de los Diputados,
introduciéndose en el curso de la negociación importantísimas modificaciones,
se aprobó el texto negociado por las Cortes Generales y se sometió a referéndum
del pueblo de Cataluña con un resultado superior al 75%”. Considera este
autor que “fue la negativa del PP a
participar en la reforma estatutaria y la posterior interposición de un recurso
de inconstitucionalidad” la que frustró la solución de una autonomía
reforzada dentro de la Constitución y provocó la opción independentista actual.
Aunque él sabe infinitamente más
que yo del tema, no estoy del todo de acuerdo con Pérez Royo. Si hablamos de frustración,
hay que ponerla en relación con las expectativas creadas en este caso concreto
por José Luis Rodríguez Zapatero y su promesa a Maragall, entonces presidente
de la Generalitat de Cataluña, de respetar en Madrid lo que se aprobase en
Cataluña, pacto que rompía la posición consensuada en el seno de su propio
partido, como han destacado Joaquín Leguina en su libro “Historia de un despropósito” o José Bono en su diario
político “Les voy a contar” y
en un artículo publicado en El País este último domingo 14 de septiembre. Sin
embargo, por muy presidente del gobierno que fuera y por mucha mayoría que le
respaldase en el Parlamento, ZP no estaba en condiciones de garantizar el
cumplimiento de su promesa, quedaba fuera de su alcance el derecho de recurso
al Tribunal Constitucional y no digamos ya, la autonomía de este órgano en el
desempeño de sus funciones, son inconvenientes de la división de poderes que
más de uno ha pensado en suprimir. Fueron muchos los que pusieron el grito en
el cielo y cuestionaron la legitimidad de este órgano para enmendar una
decisión adoptada por la ciudadanía, pero esta indignación solamente puede
entenderse desde el desconocimiento, la manipulación o la pura y simple
teatralidad: las reglas del juego estaban definidas de antemano y son conocidas
por todos, así que no es posible llevarse a engaño cuando entraba dentro de lo
posible que las cosas no fueran como a uno le hubiera gustado. Se crearon y se
vendieron grandes expectativas, de ahí que la frustración fuera igualmente
grande, pero esto no debería impedir seguir insistiendo en esta vía como la
mejor forma de solucionar la situación actual.
A la hora de resolver el problema
no ayudan las amenazas de apocalipsis económicos y salidas de la Unión Europea,
tampoco que se muestre Cataluña como un territorio ocupado y oprimido o, que me
condene el fuego de la ortodoxia democrática, la convocatoria de una consulta
ilegal cuyo planteamiento es claramente rupturista (independencia si, independencia no) y que, contra lo que se pregona, no da la oportunidad a los catalanes de elegir su destino porque no se incluyen otras opciones.
Eso no quita para tratar el tema
con suficiente sensibilidad hacia el sentimiento de los catalanes. Con
independencia de que podamos estar más o menos de acuerdo, el hecho es que los
catalanes se sienten un colectivo con identidad propia y no quieren ser
tratados de la misma forma que el resto de comunidades autónomas. Es posible
que algunos se escandalicen por la afirmación de que no todos somos iguales,
pero esta asimetría territorial viene reflejada en la Constitución Española de
1978. Particularmente me cuesta aceptar que una persona cuente con un nivel
mayor de derechos por el puro accidente de nacer o vivir en un determinado
territorio, pero es una realidad que asumo, ocurre en todos los ámbitos, en
España y en el mundo entero. En el caso que nos ocupa, uno tiene la sensación
de que el error no estuvo tanto en esta diferenciación sino en la promoción
artificial del resto de comunidades autónomas merced a la transferencia de
muchas y decisivas competencias para la unidad del Estado, que han sido
empleadas en sentido contrario. Como contrapeso, necesitaremos también de la
sensibilidad catalana hacia el conjunto del Estado español, así como de la renovación
de normas –por ejemplo la ley electoral- y de instituciones –partidos políticos
o Senado- que refuercen la idea de unidad sin menoscabo de la necesaria
descentralización en beneficio de los ciudadanos.
Estamos obligados a entendernos y
en esta tarea, como señala Manuel Cruz, “sobran
los hooligans de cualquier pelaje”. No será un proceso fácil, pero para eso
debe servir la política como arte de hacer posible lo imposible. Necesitamos
reforzar las cosas que nos unen y pactar en aquellas que nos separan. En este
sentido, la opción más viable es la de la autonomía reforzada, de hecho las encuestas publicadas señalan que ésta es la preferida por los catalanes (según El País, un 38% de los encuestados en el mes de julio se decanta por esta vía, porcentaje que ha crecido hasta el 42% a
principios de septiembre), tal vez se pueda empezar por las 23 reinvidicaciones-reflexiones
que Artur Mas entregó a Mariano Rajoy en su entrevista en el Palacio de la
Moncloa el pasado mes de julio.
Y tres, en España es ilegal convocar una consulta si no cuenta con la autorización de las cortes españolas, habrá que preguntarse si es legítimo impedir que un gobierno autonómico, elegido libremente por los ciudadanos que residen en ese territorio, consulte a sus ciudadanos sobre cualquier cosa que considere oportuna, sobre todo, como es el caso, si esa consulta no es vinculante y el tema es suficientemente importante.
ResponderEliminarY por último, todas las cosas que tu consideras "excentricidades (...) que asumimos con templanza" otros las consideramos "cultura que respetamos", no es bueno atribuir a una opinión el carácter de mayoritario, por más que coincida con un padre de la constitución.
Jorge,cuando hablaba de ilegalidad no me refería a la forma (autorización), sino al fondo (quién debe votar), siguiendo la doctrina del TC, que es el órgano competente, con independencia de que estemos más o menos de acuerdo con sus decisiones. En este caso, el TC ha declarado dos veces (la primera respecto al proyecto de Ibarretxe) que la soberanía reside en el conjunto del pueblo español. No entro en más valoraciones.
EliminarEstoy de acuerdo contigo en que debemos cuestionarnos hasta qué punto se puede prohibir una consulta, creo que a veces nos iría mejor si preguntásemos directamente a los afectados, tal vez lo que necesitemos es adaptar algunas normas a una realidad que avanza.
Y por último (hasta que me contestes) yo hablo de excentricidades cuando pienso en Laporta o en la quema de banderas, o cuando en castellano tengo que decir Girona o Lleida (el famoso chiste de London viene al pelo).... Yo tengo otro concepto de la cultura.
Recomiendo ver el discurso del 11 de Septiembre de este año por la paz civil que se ofreció desde Libres E Iguales* https://www.youtube.com/watch?v=yYKUsumVhqg . Os pido que si os parece bueno os suméis http://www.libreseiguales.es/firma-el-manifiesto/
ResponderEliminar* Tengo el honor de ser uno de los firmantes iniciales de este manifiesto por la convivencia, la ley y contra las construcciones míticas o épicas de la sociedad
Esto da para muchas tertulias y este puede que no sea el medio más adecuado, pero que le vamos a hacer, me gusta la polémica.
ResponderEliminarEn la parte de mi comentario que se perdió (soy un manazas tecnológico) te decía que echaba en falta en tu análisis del "problema catalán" la otra parte, esa parte que quema banderas catalanas, que muestra su desprecio hacia los catalanes (pregúntale a los agentes de Catalana Occidente sobre los comentarios que reciben de sus clientes), que falta gravemente el respeto a aquellos que deciden expresarse en catalán (pásate por el facebook de Piqué y mira los comentarios al mensaje de despedida a Tito) y que durante 40 años no hizo nada mientras encarcelaban a gente por hablar en catalán.
Y echo en falta referencias a otros autores que han escrito artículos y libros de muy diferente sesgo sobre este tema, incluso de socialistas que han manifestado opiniones muy diferentes sobre la actitud de Zapatero a estos dos que citas, referencias que serían necesarias para reflexionar.
Como creo en tu buena voluntad de ser respetuoso con los catalanes, sólo pretendía indicarte aquellas cosas en las que no lo has sido, por prejuicios o vete tú a saber qué.
Considerar ilegal una consulta sobre si los catalanes quieren o no ser independientes porque la soberanía nacional reside en el conjunto de todos los españoles es una falacia. Sin saber qué piensan los catalanes no se pueden saber las soluciones a adoptar y es imposible conocer si el pueblo español es partidario o no de aplicar esas soluciones. A lo mejor la mayoría de los españoles están de acuerdo en que adquieran la independencia si así lo quieren, o a lo mejor no.
Reconocerás que no es muy acertado considerar excéntrico el tener que decir "¡qué bonito es Girona!" que es el nombre tradicional de esa ciudad o que un equipo catalán pida que se interprete el que lleva siendo considerado su himno durante más de 100 años. Yo hablo de esto cuando hablo de su cultura.
Tienes mucha razón: el análisis es incompleto, así que nos debemos una segunda parte desde el otro lado. Aunque tratemos de ser equilibrados, uno no se da cuenta de la influencia que tienen las circunstancias de las que vive rodeado.
ResponderEliminarEn política, para no equivocarse, hay que guardar un equilibrio entre lo que nos dicta el corazón y lo que dicta la razón. Lo independentistas catalanes están pensando solo con el corazón, son unos sentimentales estos señores. No es práctico, a estas alturas de historia, que Cataluña se independice. Ni es práctico para ellos, ni para España, ni para Europa. Nos perjudicaremos todos, ellos también, desde muchos puntos de vista: económico, social, político. Si cada Comunidad de España se independizara, porque ganas no faltan a muchos, sería la destrucción de todo lo que hemos conseguido como nación desde hace tantos siglos. Porque la historia la hemos hecho todos juntos, consiguiendo avanzar gracias a los errores y a los aciertos, pero todos juntos. Por separado es imposible que pintemos nada, a no ser la pobreza y la involución.
ResponderEliminarMira Fran, Gemma Herrero que escribe mucho mejor que yo, te quiere hacer unas preguntas que yo suscribo.
ResponderEliminarhttp://www.fotlipou.com/hi-ha-vida-mes-enlla-del-barca/llegir-i-escriure/293-preguntas.html