jueves, 28 de noviembre de 2013

EL MALTRATADOR NORMAL



Esta semana se ha celebrado el Día internacional por la erradicación de la violencia de género, como forma de llamar la atención del mundo sobre un problema complejo. 

Nos ha parecido que era el momento idóneo para hacer una reflexión sobre este tipo concreto de violencia y destacar algunas de sus manifestaciones. Podréis comprobar que el fenómeno no es tan ajeno a nosotros, todos adoptamos alguna vez una actitud machista, así que todos estamos implicados en la tarea de acabar con esta lacra. 

Por Ricardo Martínez Galán (P. 1987)





¿Tenemos la actitud correcta?

Según datos del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, hasta el 12 de noviembre pasado se habían producido 44 muertes de este tipo. Desgraciadamente, esta cifra ya ha quedado desfasada con la muerte de otra mujer el pasado fin de semana en Torrelaguna (Madrid) a manos de su expareja.

Las muertes son sin duda la parte más trágica, pero la realidad es mucho más amplia y generalizada de lo que ingenuamente podemos llegar a pensar. No debemos perder nunca de vista que la violencia se da siempre que alguien coacciona a otro para viciar su voluntad y obligarle a ejecutar un determinado acto, así que la violencia puede adoptar múltiples formas: física, verbal, psíquica, sexual, social, económica…

Durante mucho tiempo se ha tratado de explicar el problema de fondo aludiendo a la conducta y rasgos del agresor (consumo de alcohol y drogas, vivencias traumáticas en la infancia, problemas psíquicos, …). No soy un experto ni mucho menos, pero tengo la impresión de que estos estereotipos han conseguido invertir el esfuerzo de protección en favor de los agresores: les hemos considerado enfermos, nos hemos compadecido de ellos y nos hemos dedicado a su recuperación. En el fondo, es una actitud muy cómoda porque admitimos que no somos capaces de solucionar un problema, así que lo normalizamos, deja de afectarnos y terminamos por instalamos en la barrera para ver los toros de lejos, donde no nos salpique.

Cualquiera puede ser un maltratador

A veces el problema es nuestra propia actitud, 
que nos lleva a normalizar ciertas actitudes
Sin embargo, en estos días que tanto se ha publicado sobre este tema, me han llamado la atención los estudios que alertan sobre un perfil de agresor que no es agresivo ni psicópata, al que los expertos denominan “maltratador normal” y en el que destacan “micromachismos”, situaciones o maniobras que desarrollamos los varones con cierta habitualidad y que las mujeres aceptáis diariamente. 

Son pequeños detalles, difíciles de detectar, que tratan de mantener el dominio y la superioridad de los hombres a costa de la autonomía de las mujeres. Son ejemplos de micromachismos la insistencia abusiva (se persiste en imponer su punto de vista hasta que la mujer cede por cansancio), la intimidación (se insinúa que puede ocurrir algo si no se obedece), el paternalismo protector (el hombre actúa siempre por el bien de la mujer, porque la quiere), las desautorizaciones o los impedimentos para que la mujer busque ayuda mediante estrategias de lástima o de méritos (regalos). Los hombres debemos reflexionar sobre esto. No se trata ahora de que todos somos maltratadores, ni que lo seamos en potencia, pero debemos admitir que a veces actuamos de forma machista y tenemos que esforzarnos en evitarlo.


El ciclo de la violencia

Otro aspecto que siempre me ha llamado la atención es cómo una mujer puede permanecer en una situación de maltrato. No existe una única razón para explicarlo y ha sido bastante habitual acudir a variables sociológicas como la edad, el estado civil, la ocupación o la distribución del trabajo doméstico. Se habla del “síndrome de la mujer maltratada”, que serviría para explicar encuestas en las que un 90% de las mujeres asimilan malos tratos solamente a la agresión física. 


La violencia de género representa nuestro fracaso como sociedad
También hay autores que aluden al ciclo de la violencia (tensión-agresión-remisión), que revela la trampa en la que muchas mujeres caen, a veces hasta su muerte. En la fase de remisión el agresor refuerza a la víctima con regalos y signos de arrepentimiento, que dificulta a la mujer obtener una imagen real de la situación, la confunde ante la conducta de un hombre que a veces se muestra benevolente y otras hostil (fases de tensión-agresión), hasta el punto de llegar a creer que es su propia conducta la culpable de esta última actitud. La frecuencia de estos ciclos aumenta la peligrosidad, ya que el hombre aprende que la violencia le resulta útil de cara a su objetivo de control y dominio, mientras que ella se centra en evitar las situaciones de tensión-agresión, volviéndose más sumisa y dependiente. 


Cualquier forma de violencia resulta inaceptable

Muchos opinan que la violencia es consustancial a la condición humana y se centran en su gestión, en cómo controlarla. Es una actitud pragmática, pero al mismo tiempo se está reconociendo lo imposible del objetivo de su erradicación y eso, en una situación donde la esperanza cuenta mucho, no debemos aceptarlo. Creo que debemos aspirar al máximo y eso significa partir del principio de que cualquier forma de violencia es inaceptable.

La violencia de género no es ni mucho menos la causa de fallecimiento más importante en lo que a número se refiere, pero indiscutiblemente lo es desde un punto de vista cualitativo. Cada nueva muerte nos recuerda nuestro fracaso como sociedad (el tipo que asesinó a la última víctima acumulaba una docena de denuncias), porque si hay un cometido básico que nos afecta como grupo, es el de poder vivir seguros y en paz.

Existe cierta unanimidad en cuanto a las soluciones: proporcionar a las mujeres posibilidades reales de valerse por sí mismas, aportar a nuestros jóvenes una buena base educativa y aumentar la eficacia del sistema de justicia y social que debe proteger a las víctimas, lo que debe derivar en una mayor confianza a la hora de dar el primer paso y pedir ayuda. Si tan claro tenemos que estas son las claves, solo tenemos que activarlas.

Os dejamos un vídeo en el que se llama la atención, precisamente, por una serie de conductas cotidianas que a menudo esconden los síntomas del maltrato. Ha sido elaborado por jóvenes de entre 14 y 30 años, un sector de la población que empieza a verse afectado directamente por la violencia de género.


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