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AMOR Y SEXO
EN LA SOCIEDAD ESPAÑOLA
DEL SIGLO XXI
Por F.J. Audije (P. 1987)
La llegada del régimen democrático en el periodo 1975-1978, suponía para España un cambio político que tendría amplias consecuencias en todos los aspectos de la sociedad española. Este evento político suponía la llama que prendía la mecha de un cambio de mentalidad, con sus repercusiones legales y morales.
La palabra que se puso de moda fue “libertad”, con sus connotaciones de igualdad, tolerancia, publicidad y transparencia, cooperación, etc. Al mismo tiempo y como consecuencia de esto, España se abre al mundo y la sociedad española entra en contacto con otras culturas similares y distintas a la suya. Todo ello va configurando una evolución en las ideas y costumbres que afecta también a los llamados “hábitos amorosos”, que si bien son un conjunto de costumbres sobre las relaciones afectivas y sexuales, están respaldadas por la moral, cuya evolución suele suponer el motor de los cambios positivos.
Desde que España existe como nación todos los gobiernos y regímenes se han confesado católicos, con la singular excepción de la Segunda República (que poco menos declara la guerra a la religión), imponiendo por ley la moral católica a toda la sociedad española. Por lo tanto las relaciones amorosas eran concebidas como algo vinculante para toda la vida, donde el sexo se ignoraba hasta el matrimonio y aún dentro de él era tenido como cosa sucia y pecaminosa. No por estas razones el amor iba a ser mas idealista, puro o romántico, sino que por una mala interpretación de los textos bíblicos estaba viciado por el machismo y eran muy comunes los casos de matrimonios amañados. Esto ha sido así, con algunos matices según las épocas, prácticamente desde que Isabel de Castilla se casó con Fernando de Aragón, hasta hace unas décadas, y en algunos reductos rurales todavía no han llegado las avanzadillas de la nueva moral que ha traído la democracia.
El nuevo régimen, para empezar, se declara aconfesional, pero respeta la libertad de creencias y de ejercicio de las mismas, con el único límite del mantenimiento del orden público y la convivencia social, que a su vez la basa en la tolerancia. Este hecho ha originado que a pesar de que la mayor parte de la sociedad española puede considerarse católica, las costumbres se han relajado y ya no se ve el matrimonio como algo imprescindible ni perpetuo, pues existe la alternativa del matrimonio civil que además es disoluble mediante el divorcio. Por la misma causa el sexo ha dejado de ser un asunto conflictivo y tabú, para pasar a tomarse con la mayor naturalidad incluso en el ámbito estrictamente católico, donde se empieza a permitir la convivencia de ambos sexos, ya desde la infancia, en los colegios. Se propugna la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, lo cual se ha hecho efectivo en el ámbito legal, aunque me temo que en la práctica aún quedan restos de machismo en la sangre de la sociedad española; cosa por otro lado normal, pues nuestros padres aún se educaron bajo el régimen antiguo. En fin, los aires de libertad han llegado hasta el seno de las familias y cada vez se concibe menos que los padres puedan imponer nada a sus hijos, sobre todo en el terreno amoroso.
Este panorama parece dibujar una sociedad donde las relaciones amorosas son satisfactorias en un alto porcentaje, sin embargo estos mismos factores positivos han originado consecuencias que a la larga es probable que pasen una alta factura a esta sociedad.
Se trata de un efecto muy normal en sociedades que han estado reprimidas y de pronto entran en contacto con el oxígeno: al principio se marean. Me refiero al excesivo culto que hay por la imagen, por las apariencias, por lo superficial, que al fin y al cabo es lo material; y tratándose del amor es el sexo, su vertiente material. Efectivamente se ha implantado una filosofía del placer fácil, asequible, sin sacrificios; constatable en el culto a las drogas, el sexo, el chismorreo y todas aquellas cosas para las que no hay que mancharse demasiado si queremos conseguirlas. Tiende a confundirse la belleza material con la espiritual, que es la que da la verdadera felicidad, mientras que aquella solo produce una felicidad efímera, que además, si no es moderada, causa incluso dolor. Por lo tanto la juventud, sobre todo, cae en la tentación continua de volverse viciosa y materialista. Se ha puesto de moda en ese sector la práctica del sexo por el sexo, olvidando que lo sano y satisfactorio es el sexo por el amor, es decir, el sexo como expresión material de un sentimiento profundo que proviene de nuestras almas, que representa la entrega de todo lo que somos y tenemos a nuestra pareja, incluso eso que tanto apreciamos: nuestra existencia.
En el seno de la sociedad todavía no ha cundido la alarma; es evidente a la vista de como tratan el tema los medios de publicidad y comunicación, que unas veces provocan al espectador con mensajes eróticos y que incitan a la superficialidad, y otras intentan satisfacer la demanda social de carne fresca.
Sin embargo esto no es Sodoma. En una sociedad con pluralidad de ideas hay siempre una posición mas moderada, que será la que se acabe imponiendo, representada en una larga lista de asociaciones privadas que luchan por humanizar la sociedad. En este contexto la iglesia católica, que debería tener una enorme influencia moral, la ejerce únicamente en sectores muy tradicionalistas, pues la fórmula de su mensaje se ha quedado estancada y no seduce en estos nuevos tiempos; cosa que no ha de extrañar, pues la iglesia siempre ha evolucionado lentamente, a diferencia de otras religiones que casi no se han movido desde que fueron fundadas hace siglos.
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