Esta semana toca hablar del acoso escolar, que ha vuelto a ser noticia triste en los últimos días. No es la primera vez que hablamos violencia en este blog y si algo hemos aprendido es que existen múltiples formas de violencia, tantas que uno puede llegar a pensar que son parte de la condición humana. No obstante, que el problema pueda ser difícil de resolver no significa que debamos aceptarlo, ni que resulte imposible su erradicación.
ACOSO ESCOLAR: NO NOS MIRES
ACOSO ESCOLAR: NO NOS MIRES
Una chica de 16 años se suicidó hace unos pocos días en Madrid. Se despidió de sus amigas por WhatsApp -“Estoy cansada de vivir”, escribió- y se tiró al vacío desde la sexta planta de su bloque de pisos. Estaba siendo acosada por un compañero que le pedía dinero a cambio de no pegarle. Preguntado el “supuesto” agresor por las razones de su comportamiento, respondió: “todo el mundo lo hacía”.
Un mes antes, la familia de la menor, había denunciado que su hija sufría acoso escolar. Fueron alertados por las tutoras de la menor, pero en la Consejería de Educación no tenían constancia de que Arancha hubiera tenido algún problema psicológico ni enfrentamientos anteriores con otros alumnos. El Director del centro ha sido expedientado sin empleo y sueldo seis meses por no haber notificado el hecho a la Consejería, pero los profesores insisten en que la inspectora, a la que dicen que se informó por teléfono, hojeó el escrito pero no se lo llevó. Parece que todo se reduce a una cuestión burocrática: no se informó por escrito. Parafraseando a Trillo ¡Manda huevos! ¡Qué triste y qué absurdo!
Después de la muerte de Arancha lo hemos sabido todo, cuando ya no tiene remedio: la ubicación del instituto en un barrio deprimido, las amenazas continuas y los insultos a los profesores, las faltas de disciplina, los altercados en las aulas, en el patio o en la entrada/salida, las visitas frecuentes de la policía o el Samur y las denuncias de las familias y CCOO sobre las carencias del centro, entre otras dos policías tutores, educadores de animación “para evitar conflictos” o un segundo orientador —la Consejería afirma que el instituto está en la media, pero tienen una para unos 1.100 alumnos, muy lejos en cualquier caso de las recomendaciones de la Unesco, que es de uno para 250—. Un millón de datos a toro pasado que no buscan causas a las que dar soluciones, es como si solamente tratásemos de describir una situación y creer que es algo puntual, anómalo, extraño, imposible de evitar. Pasará la tormenta y nos olvidaremos de Santa Bárbara.
Hay que desterrar por completo la idea de que cierto tipo de violencia entre menores “es cosa de críos”. Es una realidad que causa un sufrimiento insoportable y suele dejar secuelas mentales graves en las víctimas. El acoso no es sólo una agresión física, también puede manifestarse de forma silenciosa y sutil y, en su variante cibernética, a través de las redes sociales y otras aplicaciones móviles. Es un maltrato continuado que puede emplear el chantaje y atenta contra la dignidad. Los expertos afirman que "el acoso es proactivo, busca tener un estatus de poder" y, por eso, elige víctimas sumisas y débiles, como Arancha, que sufría una discapacidad motora y otra intelectual entre el 30 y el 40%, una chica de 16 años con un proceso madurativo propio de los 10.
José Antonio Marina, filósofo, ensayista y pedagogo español publica hoy un artículo en el que apuesta por “modos rigurosos, sistemáticos y tenaces de resolver los problemas. Lo que no se puede esperar es que se improvisen soluciones a problemas complejos como es este. Hay que tener preparados –y entrenados– los planes de acción. Lo mismo que se hace con los planes de evacuación de un edificio.” Este autor destaca que en este concreto tipo de violencia ocupan una posición clave… ¡los espectadores! Y es que los expertos afirman que el acosador "necesita una audiencia" para demostrar su poder. Por tanto, es fundamental trabajar la actitud de los espectadores en el sentido adecuado y transformar su actitud pasiva –transmite la idea de que no pasa nada grave- en otra activa en defensa y apoyo de la víctima.
Este es el planteamiento del programa KiVa que Finlandia lleva aplicando los últimos diez años con una eficacia demostrada desde el principio y que ha conseguido que el acoso escolar desaparezca en el 79% de las escuelas y se reduzca en otro 18%. Una serie de clases a determinadas edades clave, un buzón virtual en el que las víctimas puedan denunciar su situación y una comisión formada por tres adultos, que se ponen a trabajar en cuanto detectan un posible caso de violencia son algunos de los rasgos que definen el programa KiVa.
La conclusión para sus promotores es muy clara: donde los compañeros ayudan hay menos acoso, así que hay que aprovechar los denominados “estudiantes prosociales”, hacerles darse cuenta de que ellos también pueden aportar. Como padres, debemos implicarnos en la tarea de transmitir a nuestros hijos que no tiene puta gracia reirse del gordito o del gafotas, del torpe en educación física o del tartamudo, pero también que no vale cruzarse de brazos, no hacer nada o marcharse para no meterse en líos. No queremos héroes, pero sí personas íntegras, que reaccionen ante la injusticia, sea del tipo que sea, y estas cosas se aprenden desde pequeñitos.
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