Todos los medios de comunicación del planeta se hicieron eco ayer de la noticia del día: el Blue Monday, el día más triste del año. A toro pasado, cada uno de nosotros podrá juzgar si lo fue, aunque tal vez deberíamos dejar transcurrir los más de trescientos días que quedan para juzgarlo. El Blue Monday es solo una excusa para llamar la atención sobre la necesidad de recuperar nuestro espíritu crítico en determinadas situaciones.
EL ORIGEN
Hace ahora diez años, aparecía en los medios de comunicación una noticia de esas que consiguen captar automáticamente nuestra atención. Un estudio había logrado concretar cuál es el día más triste (en inglés, “blue”) del año: el tercer lunes del mes de enero. No solo eso, incluso se facilitaba la fórmula que sintetizaba el proceso, lo que daba visos de exactitud al resultado. Sólo faltaba el aval para redondear la tontería y a ello se prestó Cliff Arnall, que aportó cierta locuacidad, además de su título de psicología, su doctorado y el prestigio de la Universidad de Cardiff.
En teoría, la fecha-resultado sería el punto de convergencia de varios parámetros negativos: comienzo de la semana laboral (lunes), todavía no se ha cobrado la paga mensual, el tiempo suele ser malo, te pasan el cargo de la tarjeta por las compras de Navidad y se acaban los buenos propósitos o se constata que un año más quedan en papel mojado y la motivación suele ser baja.
Aunque esto se pueda escribir en lenguaje aparentemente matemático, la teoría no tiene nada de científica, ya que mezcla variables incompatibles que ni siquiera se pueden cuantificar. Dean Burnett, psicólogo que colabora con The Guardian, opina del Blue Monday que “es un galimatías, un sinsentido, una basura, una porquería y cualquier otra forma educada de decir ‘idiotez’ que se te ocurra”. Burnett está muy enfadado porque cada año se ve obligado a escribir un artículo desmintiendo la fórmula.
BUCLE
A pesar de que sabemos desde hace diez años que el Blue Monday no tiene sentido y que no es el día más triste del año, la fecha se ha popularizado y parece que no podemos salir del bucle. Cada año vuelve a aparecer en todos los medios y protagoniza miles de tuits o “likes” en Facebook.
Se publican incluso supuestos métodos, trucos y consejos para superar la depresión, muchos de ellos asociados a marcas que te quieren animar a superarla: motivarse con la canción favorita, esa que da energía y ganas de comerse el mundo: hacer una lista con todo lo conseguido desde el principio de año, como forma de destacar lo positivo sobre lo negativo; moverse, no apalancarse en la cama, el asiento del coche, la silla de la oficina, en el sofá y vuelta a la cama. Dar un paseo, correr o entrenar pueden ser una buena forma de combatir las pocas ganas; planear una actividad, salir de la rutina, hacer un plan especial.
Tampoco faltan los rostros conocidos que aportan su popularidad o el prestigio profesional a este invento, como el meteorólogo Mario Picazo o la psicóloga del deporte y la salud Patricia Ramírez Loeffler, que ayer aparecían en diversos medios opinando sobre este día, cada uno desde su parcela de conocimiento. Mario Picazo nos decía que "aunque vivimos en uno de los países con más horas de sol al año y vamos sumando minutos de luz al día, aún tenemos por delante largas noches y muchas semanas de viento, frío, lluvia y nieve que seguro afectarán el estado anímico de más de uno".
Por su parte, Patricia Ramírez comentaba que "si una persona dirige su foco de atención a todo lo que resta (invierno, frío, inicio de la rutina, volver al trabajo, dormir menos, más responsabilidades) y no tiene en cuenta todo lo que suma (ser afortunado por trabajar, tener capacidad económica para responder al gasto de la tarjeta, tener calefacción para vencer el frío, reencontrarte con compañeros de trabajo con los que compartir los momentos vividos en vacaciones), lo normal es que se encuentre triste". "Si damos más valor a lo que nos falta que a lo que tenemos, nos sentimos mal. El valor, lo que apreciamos, aquello de lo que hablamos y compartimos con los demás, es una elección. Tú decides si sumas o restas".
SOBRE LA VIRALIDAD
A pesar de los esfuerzos porque pareciera una noticia seria, cualquier lector un poco atento hubiera sospechado ya de entrada. El Blue Monday aparecía gracias a una nota de prensa enviada por una agencia de comunicación. Es decir, era una noticia fabricada artificialmente por una empresa de publicidad. Por si fuera poco, la pretendida noticia terminaba por proponer la mejor forma de combatir esta deprimente jornada: hacer las maletas y largarse de viaje, usando los servicios de su cliente Sky Travel. Y como broche final a la broma, el aval del Doctor Arnall que, en su condición de experto, manifestaba que: “la gente se siente triste cuando no tiene nada planeado, pero una vez reserva unas vacaciones, trabaja con el objetivo de tener tiempo libre y un periodo relajante”. Sobra cualquier comentario.
El Blue Monday es solamente un ejemplo del poder de las nuevas teconologías, de eso que ahora se llaman fenómenos virales. Es extraño el día que no conocemos que un video tiene millones de visitas en Youtube, te los pasan por Whtasapp, … es una cadena de “producción” propiciada por la redes sociales en las que es tremendamente sencillo (están diseñadas para eso) difundir, compartir, reenviar, comentar, … No tiene nada de malo un efecto viral si pensamos en publicidad, tenemos asumido que ese es precisamente el objetivo (y el sueño de cualquier publicista) y aceptamos que nos guíen-manipulen hacia una marca o un producto concreto. Pero pensemos en otras aplicaciones de la viralidad que están a la orden del día y que tienen mucha menos gracia, como pueden ser la propagación de rumores en los que se asalta la intimidad de una persona para mofarse de sus gustos sexuales o para poner a toda una clase en contra (ciberbullying). Aparte el uso de la tecnología, todas estas situaciones tienen un elemento en común: los integrantes de la cadena no aplican el más mínimo filtro, se limitan a retransmitir deprisa-deprisa, no se piensa en las consecuencias de esas minúsculas acciones individuales que terminan por convertirse en un monstruo de dimensiones inabarcables.
Es importante, conveniente, aconsejable, dedicarle tres segundos a pensar sobre nuestra participación en estas cadenas de difusión antes de darle al click. Aplicar cierto sentido crítico, tener en cuenta qué reproducimos y a quién se lo enviamos, especialmente si afecta a la imagen de alguien porque una vez atacada, es imposible recuperarla y si no nos creéis, pensad en las rectificaciones de los medios de comunicación, dan risa comparados con el despliegue de una noticia falsa o contra la intimidad. Ya lo decía el refrán mucho antes de que las redes sociales fueran siquiera una idea: “difama que algo queda”. La viralidad, aunque más lenta, existe desde que el mundo conoció a sus vecinos.
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