Hace unas horas que he conocido de su
partida y a pesar de que, por circunstancias del destino, toda esta semana Usted
y yo hemos estado cerca, no hemos tenido la oportunidad de despedirnos. Quería
contarle mi batallita: que hace muchos años, cuando yo tenía apenas 8 o 9, tuve
la oportunidad de estrecharle la mano en la FEVAL de Don Benito y que aún tengo
fresco el recuerdo de su sonrisa perfecta y de cómo se frotaba las manos. Alguien
de los presentes bromeó con que debían de dolerle después de haber saludado a tanta
gente y Usted respondió con una sonrisa aún más amplia.
Presidente, me va a perdonar, pero uno tiene la sensación de que ya no hay políticos como los de antes. Sí, ya sé que las comparaciones son odiosas y que Usted solamente fue la imagen de marca de esa clase política que puso las bases de lo que hoy es nuestro sistema de derechos y libertades, pero no me diga que no es ventajista aprovechar el pésame para criticarle por su pasado falangista o por una transición imperfecta. Fíjese que hay gente que dice que Usted, al fin y a la postre, solamente reconoció lo que siempre había sido de los españoles y que eso no tiene un mérito especial. Digo yo que entonces no renegaríamos tanto del viejo, ¿no?
Créame que no me invento las críticas, que las he leído en las redes sociales y me parecen muy injustas, sobre todo porque prescinden de las circunstancias en las que ejerció su responsabilidad. Menos mal que están las hemerotecas y los libros de historia, aparte de que ahora se graba todo. Con ese material y una pizca de empatía sería suficiente para ser conscientes de lo que era la sociedad de hace 35 años y lo que significaba entonces promulgar normas como la ley para la reforma política o la del divorcio.
Así que, ¡qué quiere que le diga!, a mí me parece muy cínico hacer crítica destructiva a toro pasado, tantos años después y sentados cómodamente en el diván que precisamente ustedes nos proporcionaron. Seguro que Usted lo hubiera disculpado o se habría limitado a asumir toda la responsabilidad, ese gesto que dejaba descolocado a todos, pero tan inusual como el de permanecer sentado el 23-F o la de dimitir como presidente del gobierno.
Mi siguiente recuerdo es el de todos los españoles aquella tarde del 23 de febrero de 1981, sentado en su escaño, aparentemente ajeno al ruido de los disparos que agujereaban el techo del Congreso. Yo tenía 11 años y me sentí tremendamente orgulloso de cómo se enfrentó a aquellos guardias civiles con minúscula, a partir de entonces los niños supimos que a veces es necesario plantarse ante el matón del patio.
Apenas tengo más recuerdos de Usted. Decidió retirarse de la política antes de que yo llegara a interesarme por ella. Solo le conozco por los libros y los reportajes de los medios de comunicación, así que no creo que pueda aportar nada nuevo ni especial a la montaña de semblanzas que estos días se acumulan. Son tantas que parece que las hubiéramos reservado para cuando Usted ya no estuviera, tal vez deberíamos haber sacado algunas en otros momentos puntuales, ya sabe Presidente a cuáles me refiero.
Aún así he sentido una punzada de orgullo porque el reconocimiento a su trabajo y a su persona ha sido generalizado, con independencia de la adscripción política, y eso es bastante infrecuente en esta España nuestra, tan envidiosa y cainita a veces. ¡Qué le voy a contar que Usted no sepa! La unanimidad es un hecho tan extraordinario en nuestra historia que ojalá sirviera para estimular la curiosidad intelectual de los que no le conocieron o estudiaron, sería muy bueno que pudieran comprobar que la política no siempre es tan mezquina como creemos hoy. Ejemplos como el suyo nos conceden una pequeña esperanza.
Apenas tengo más recuerdos de Usted. Decidió retirarse de la política antes de que yo llegara a interesarme por ella. Solo le conozco por los libros y los reportajes de los medios de comunicación, así que no creo que pueda aportar nada nuevo ni especial a la montaña de semblanzas que estos días se acumulan. Son tantas que parece que las hubiéramos reservado para cuando Usted ya no estuviera, tal vez deberíamos haber sacado algunas en otros momentos puntuales, ya sabe Presidente a cuáles me refiero.
Aún así he sentido una punzada de orgullo porque el reconocimiento a su trabajo y a su persona ha sido generalizado, con independencia de la adscripción política, y eso es bastante infrecuente en esta España nuestra, tan envidiosa y cainita a veces. ¡Qué le voy a contar que Usted no sepa! La unanimidad es un hecho tan extraordinario en nuestra historia que ojalá sirviera para estimular la curiosidad intelectual de los que no le conocieron o estudiaron, sería muy bueno que pudieran comprobar que la política no siempre es tan mezquina como creemos hoy. Ejemplos como el suyo nos conceden una pequeña esperanza.
Presidente, me va a perdonar, pero uno tiene la sensación de que ya no hay políticos como los de antes. Sí, ya sé que las comparaciones son odiosas y que Usted solamente fue la imagen de marca de esa clase política que puso las bases de lo que hoy es nuestro sistema de derechos y libertades, pero no me diga que no es ventajista aprovechar el pésame para criticarle por su pasado falangista o por una transición imperfecta. Fíjese que hay gente que dice que Usted, al fin y a la postre, solamente reconoció lo que siempre había sido de los españoles y que eso no tiene un mérito especial. Digo yo que entonces no renegaríamos tanto del viejo, ¿no?
Créame que no me invento las críticas, que las he leído en las redes sociales y me parecen muy injustas, sobre todo porque prescinden de las circunstancias en las que ejerció su responsabilidad. Menos mal que están las hemerotecas y los libros de historia, aparte de que ahora se graba todo. Con ese material y una pizca de empatía sería suficiente para ser conscientes de lo que era la sociedad de hace 35 años y lo que significaba entonces promulgar normas como la ley para la reforma política o la del divorcio.
Así que, ¡qué quiere que le diga!, a mí me parece muy cínico hacer crítica destructiva a toro pasado, tantos años después y sentados cómodamente en el diván que precisamente ustedes nos proporcionaron. Seguro que Usted lo hubiera disculpado o se habría limitado a asumir toda la responsabilidad, ese gesto que dejaba descolocado a todos, pero tan inusual como el de permanecer sentado el 23-F o la de dimitir como presidente del gobierno.
Presidente ¿sabe por qué le llamo
Presidente? Se lo he copiado a los americanos. No es que me gusten mucho pero
me da envidia el respeto que le tienen a sus representantes y
especialmente al comandante en jefe, al que siguen llamando presidente incluso
después de dejar el cargo. Me ha parecido una referencia apropiada hoy que,
precisamente, quería mostrarle todo el respeto que le debemos. No cumpliremos
años suficientes para darle las gracias y disculparnos por no haberle tratado
bien del todo. En mi caso hubiera querido tener la oportunidad de repetir el apretón
de manos de aquella tarde en Don Benito, pero no ha podido ser.