La FAO conmemora todos los años el Día Mundial de la Alimentación el 16 de octubre, el día en el que se fundó la organización en 1945. Con ello pretende llamar la atención sobre la necesidad de garantizar el aprovisionamiento de alimentos para todos los habitantes del planeta (seguridad alimentaria). Y es que el hambre es una terrible realidad, una injusticia a la que no debemos resignarnos, no podemos cerrar los ojos, hacer oídos sordos o tomar distancia. Erradicar el hambre es responsabilidad de todos.
870 MILLONES DE RAZONES
En septiembre de 2000, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración del Milenio, una especie de hoja de ruta en la que se señaló la erradicación del hambre como uno de sus objetivos. De este modo, los países miembros asumieron el compromiso de reducir a la mitad, en 2015, el número de personas que padecen hambre en el mundo.
No obstante, las expectativas creadas sufrieron con los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York que desvió la agenda mundial hacia cuestiones militares y lucha contra el terrorismo. Posteriormente, esa misma agenda se vio alterada por el desplome de Lehman Brothers en septiembre de 2008 y la crisis financiera y económica eclipsó cualquier otro intento de incorporar al debate y a la acción internacional otro asunto que no fuera lo referido a la gobernanza financiera o las crisis de deuda soberana.
A pesar de todos estos inconvenientes, la FAO estima que el número de personas subalimentadas ha menguado en más de 100 millones en la última década y en 209 millones respecto a 1990-92. A pesar de los avances, no podemos caer en la autocomplacencia, los números siguen siendo terribles: cada año mueren de hambre más de 10 millones de niños menores de 5 años, 1 de cada 6 tiene deficiencias de peso, 1 de cada 4 presenta retraso del crecimiento y 1 de cada 8 personas en el mundo (870 millones) sigue estando infraalimentada de forma crónica. Por otro lado, persisten marcadas diferencias entre las regiones. América Latina y Caribe han registrado el mayor progreso general hacia el incremento de la seguridad alimentaria, mientras que los avances han sido modestos en el África subsahariana y en Asia occidental, afectadas por desastres naturales y conflictos.
La conclusión es inapelable: estamos bien orientados, hay razones para la esperanza, pero aún tenemos 870 millones de razones para seguir peleando.
PROBLEMA COMPLEJO
La experiencia adquirida en la lucha contra el hambre revela que la inseguridad alimentaria y la malnutrición son problemas complejos que no pueden ser resueltos por una sola parte interesada o un sector, sino que se necesita un enfoque multisectorial que ofrezca apoyo inmediato a las familias vulnerables y aborde, al mismo tiempo, las diversas causas de la subalimentación.
Las medidas adoptadas deben incluir el fomento de la producción y consumo sostenibles de alimentos, el aumento de la resiliencia, para que las poblaciones vulnerables estén en mejores condiciones de hacer frente a los fenómenos climáticos extremos, la garantía de un acceso adecuado a los alimentos para todos los ciudadanos mediante el refuerzo de los programas de transferencias de efectivo y otros planes de protección social y, siempre que sea posible, el establecimiento de vínculos entre la protección social y el apoyo a la producción a fin de impulsar el desarrollo local.
Brasil es una referencia internacional del éxito de este tipo de políticas. El gobierno de Lula Da Silva incorporó la erradicación del hambre y la lucha contra la pobreza como objetivos prioritarios en la agenda nacional, los incluyó como elementos organizadores de la política macroeconómica brasileña y finalmente, creó y consolidó una política y un sistema nacionales de seguridad alimentaria y nutricional. El país consiguió cumplir diez años antes de lo previsto el objetivo de reducir a la mitad las personas hambrientas y la renta de la agricultura familiar creció en un 33% en el período de 2003 a 2009 (media nacional en el 13%). Lo más destacable es que esta evolución se debe especialmente al aumento de las rentas del trabajo, fruto de las nuevas políticas de garantía del derecho a la tierra, de promoción de la igualdad de género y de apoyo a la producción de la agricultura familiar. La sinergia de esas políticas con las acciones de estabilidad y crecimiento económico, aumento del salario mínimo, ampliación del acceso a la seguridad social -en particular la previsión social- y las políticas sociales universales -Programa Bolsa Familia, de transferencia de renta a familias pobres- explican los buenos resultados alcanzados en el medio rural. Este conjunto de políticas llevó a la creación de nuevas oportunidades de trabajo y de ingresos, lo que generó una nueva dinámica de desarrollo con una distribución más equitativa de la renta.
Se puede decir que existe cierto consenso en cuanto a las causas y las recetas necesarias para paliar el hambre y, sin embargo, estamos aún lejos del objetivo. En su página web, el anterior Ministro de Asuntos Exteriores Miguel A. Moratinos, destaca esta triste paradoja en tiempos de innovación y progreso tecnológico y considera que obedece, sencillamente, a que la ciencia y la técnica no dan respuesta a la ausencia o falta de voluntad política, así como a las múltiples contradicciones y luchas de poder que se ocultan detrás de la gran mayoría de las decisiones que afectan al desarrollo de las políticas agrarias, políticas que podrían garantizar la seguridad alimentaria y nutricional, tanto a nivel nacional como internacional. Sin esta última perspectiva no pueden entenderse las razones profundas de semejante fracaso colectivo y universal.
Por tanto, necesitamos un compromiso político firme con la seguridad alimentaria, de modo que ésta se convierta en una prioridad del Estado en todo momento, con independencia del partido político que ocupe el gobierno, solamente así podrá lograrse que la ayuda mantenga un nivel sostenido en el tiempo y que ésta dé frutos.
ALIMENTAR EL MUNDO, CUIDAR EL PLANETA
Este año 2014 está dedicado por las Naciones Unidas a la agricultura familiar, a la que se considera un factor clave en la erradicación del hambre y la pobreza. La meta de este año es recolocarla en el centro de las políticas agrícolas, ambientales y sociales en las agendas nacionales para promover un cambio hacia un desarrollo más equitativo y equilibrado.
Los agricultores familiares gestionan sus tierras para mantener extraordinarios niveles de productividad a pesar de tener menos acceso a recursos. Así, en Brasil, los agricultores familiares aportan de media aproximadamente el 40% de la producción de una selección de cultivos principales trabajando en menos del 25% de las tierras agrícolas. Los agricultores familiares en Fiji proporcionan el 84% de la producción de ñame, arroz , yuca, maíz y frijol trabajando únicamente el 47,4% de las tierras agrícolas y en Estados Unidos, los agricultores familiares producen el 84% de todos los productos, con unas ventas por valor de 230 000 mil millones de dólares, trabajando el 78% de todas las tierras agrícolas.
La agricultura familiar rescata los alimentos tradicionales, contribuyendo a una dieta equilibrada, a la protección de la biodiversidad agrícola del mundo y al uso sostenible de los recursos naturales, está ligada de manera indisociable a la seguridad alimentaria mundial, representa una oportunidad para dinamizar las economías locales, especialmente cuando se combina con políticas específicas destinadas a la protección social y al bienestar de las comunidades.
MÁS CERCA DE LO QUE PODRÍAMOS IMAGINAR
Para los que aún creen que el hambre es un problema del tercer mundo, tal vez deberían echar un vistazo a la información que proporcionan las organizaciones sociales, el Instituto Nacional de Estadística y otros organismos como el Defensor del Pueblo catalán para darse cuenta que el problema también está entre nosotros, son hombres y mujeres con hijos, personas mayores, dependientes que no cuentan con recursos suficientes para una alimentación mínima.
Las cifras cantan, la crisis de los últimos años ha provocado que más de 2,2 millones de niños y niñas estén por debajo del umbral de la pobreza, según Unicef, uno de cada cuatro menores de 16 años, según el INE en 2012. Desgraciadamente la malnutrición en España es una realidad. En Andalucía más de 140.000 niños pasan hambre a diario, en Canarias 112.000 niños con problemas de malnutrición y en Castilla y León casi 77.000 personas necesitan de los bancos de alimentos para poder comer. En Valencia 9.000 familias se ven afectadas por una dieta desequilibrada. En total, cerca de dos millones de niños en España pasan hambre, y 30.000 familias tienen dificultades para dar de comer a sus hijos.
Hemos encontrado analistas que niegan estos datos y consideran que se manipulan las cifras relativas a pobreza publicadas por Save the Children y Unicef sobre pobreza infantil están manipuladas para atacar al gobierno. Una vez más nos empeñamos en cerrar los ojos, hacer oídos sordos y poner distancia, pero la realidad es mucho más tozuda y revela que pobreza y hambre son dos situaciones que siempre vienen de la mano. Bastaría con darse una vuelta por un comedor social o por un colegio, preguntar a los asistentes sociales, profesores, pediatras…. seguro que pueden poner ejemplos, con nombres y apellidos, de niños y niñas que se ven afectados por no tener una alimentación sana y equilibrada, que bajan su rendimiento escolar, que sufren anemias y falta de concentración, que se vuelven más irascibles, todas ellas consecuencias directas de una crisis que golpea a más de 714.000 hogares en los que ninguno de los adultos tiene trabajo.
En definitiva, el problema existe y como advierte el Padre Ángel (Mensajeros de la Paz), no se puede llamar al hambre mala nutrición, igual que no se puede llamar pálido al enfermo. No reconocer el problema conduce a la inacción y a que el problema se vuelva mayor ¿recordáis cuando la crisis solamente era una desaceleración o cuando el vertido del Prestige eran hilillos de plastilina?
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