En su libro “Inteligencia emocional” (1996), Daniel Goleman, considerado uno de los autores imprescindibles en la materia, sostiene que el coeficiente intelectual no es suficiente para tener éxito, también es necesario contar con los sentimientos y con habilidades como el control de los impulsos, la autoconciencia, la motivación, el entusiasmo, la perseverancia o la empatía. Goleman no se quedó en esta afirmación, sino que avanzó un paso más para señalar que estas habilidades pueden entrenarse hasta convertirse en competencias que el sujeto puede manejar en los distintos ámbitos de su vida.
Tal vez os suene el tema porque en el mes de
diciembre del año pasado ya publicamos “Piensa bien y acertarás”, de Alfonso Álvarez (¿recordáis al cuñado cenizo?),
enfocado hacia las relaciones humanas y ahora volvemos a la carga con este
artículo de Alberto Fernández, dirigido al terreno educativo, probablemente el
más fértil. La inteligencia emocional no es una teoría más, es una realidad que
cuenta con el aval de instituciones como la UNESCO, que en 2002 puso en marcha
una iniciativa a nivel mundial remitiendo a los ministros de educación de
ciento cuarenta países una declaración de los diez principios básicos imprescindibles
para poner en marcha programas SEL (Social and Emotional Learning).
Desaprender todo lo aprendido
Por Alberto Fernández, asesor y consultor de estrategia
empresarial
Uno de los temas que más preocupa a la comunidad
educativa en España es, no sólo la formación que reciben los alumnos, sino
también qué tipo de valores adquieren y aprenden cuando acuden a la escuela
desde la más tierna infancia. El fracaso escolar, la violencia en cualquier de
sus manifestaciones, la falta de respeto al prójimo sea compañero o profesor,
están al orden del día entre los problemas a los que se enfrenta la educación
en nuestro país.
Ante ellos, se esgrimen miles de argumentos que van,
desde la falta de profesionalidad de los miembros educativos, hasta la cada vez
mayor desvinculación de los padres en la educación de sus hijos. Se unen otros
como una sociedad cada vez más permisiva, unos medios de entretenimiento y ocio
que fomentan la violencia, la falta de recursos en las escuelas, la pérdida de
una serie de valores que algunos incluso consideran tradicionales, etc. Yo, sin
embargo, cuando me enfrento a un problema, antes de mirar qué ocurre fuera,
intento mirar qué ocurre dentro de mí, pues por lo general, es más probable que yo esté siendo el
origen de mi desdicha y no los demás.
Por ello, comparto la idea con muchos expertos en
educación y formación, que la escuela está cometiendo una serie de errores, los
cuales están permitiendo y fomentando los problemas antes descritos. Estos
fallos son:
- Ignorar dos de las aportaciones más importantes de la neurología y las neurociencias. La primera, la Razón no sirve de nada sin las Emociones. La segunda, que el cerebro es un órgano tremendamente complejo, difícil de comprender, pero enormemente plástico.
- Ignorar que los profesores tienen que lidiar con una enorme diversidad cultural en las aulas. Pero también menospreciar aquello que todos tienen en común, las emociones.
- La jerarquización de las asignaturas, porque no son más importantes las matemáticas o la física, que las artes o la literatura. Como ha demostrado el psicólogo estadounidense Howard Gardner con su teoría de las inteligencias múltiples.
Vital es, sin embargo, por sus desastrosas consecuencias, el olvido sistemático de las emociones. Porque la vida no sólo exige una serie de conocimientos y habilidades basadas en la razón, sino también el uso inteligente de nuestras emociones y eso, sin embargo, no se enseña a nuestros hijos. Saber reconocer la tristeza, el asco, el miedo o la alegría supone poner nombre a algo que sentimos y sobre todo, significa que podemos gestionarlo.
"Estamos impidiendo que los niños y jóvenes tenga un desarrollo óptimo cuando les privamos de un aprendizaje social y emocional.” René Diekstra, psicólogo holandés
De lo que se trata cuando uno va a la escuela, es de desarrollar lo máximo posible nuestro talento, y éste, es simplemente la suma de dos variables, a saber, lo qué sabemos y cómo lo hacemos, es decir, de aptitudes y de actitudes, de razón y emoción. La inteligencia emocional nos abre toda una serie de oportunidades para potenciar ese talento al máximo. Ha llegado el momento pues, de desaprender todo lo que hemos aprendido sobre lo qué debería ser un colegio, para volver aprender y crear las escuelas emocionalmente inteligentes que la vida nos está demandando.
El sistema educativo es anacrónico
REDES (87)
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