martes, 21 de abril de 2015

ESTADO DE CORRUPCIÓN


Hace unas pocas semanas, el Papa Francisco declaraba que "la sociedad corrupta apesta". No era la primera vez que se posicionaba frente a la corrupción, en su época de cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio ya había dicho que la corrupción "no es un acto, sino un estado personal y social en el que uno se acostumbra a vivir". Me llamó la atención esa diferenciación entre acto y estado. La corrupción no es algo puntual o efímero en el tiempo (acto), que se olvida a la misma velocidad que ocurre. Todo lo contrario, la corrupción permanece y se convierte en una forma de vida o de hacer las cosas (estado).

Estado de corrupción
Ricardo Martínez Galán



A finales de la semana pasada nos sacudía la noticia de la detención (por unas horas) de Rodrigo Rato, ex vicepresidente y exministro de Economía del Gobierno de España, ex director gerente del Fondo Monetario Internacional y ex presidente de Bankia, al que se acusa de blanqueo de dinero, alzamiento de bienes y fraude fiscal. Debo reconocer que me impresionó su imagen entrando en el coche policial, “ayudado” por el agente que le acompañaría a la comisaría. Sobre todo, me sentí decepcionado, no con la persona porque Rato ya había perdido el halo de milagrero, sino con lo que representa, porque creo que esta detención muestra a las claras nuestra forma de vivir y hacer las cosas.

Asistiremos ahora, como en anteriores ocasiones, al clásico ejercicio gatopardo de desmentidos y desmarcajes que busca salvar los muebles y seguir tirando, pero desviar la atención no cambiará nuestra realidad: somos un país de apariencias, una simple carcasa sin contenido, un auténtico bluf. No hay semana que no se conozcan nuevos escándalos, ningún sector de la sociedad se libra de esta mancha. El caso de las tarjetas black, en el que hay implicados de todas las procedencias, resulta paradigmático de este estado de cosas. Y lo malo es que sabemos que no acabará ahí la cosa porque Rodrigo Rato es uno de los setecientos cinco de la lista de sospechosos de blanqueo que la Agencia Tributaria ha remitido al Sepblac (Servicio de Prevención del Blanqueo de Capitales), entre los que hay trescientas personas que ocupan o han ocupado cargos públicos (se dice que incluye más políticos y hasta jueces). Suma y sigue....

En su libro “El dilema de España”, el economista Luis Garicano destaca cómo la sensación de impunidad mina la confianza de los ciudadanos (y de los inversores) en las instituciones y cómo se ha vuelto crónica y, en mayor o menor medida, salpica todos los ámbitos de la sociedad. El libro señala también cómo muchos delitos terminan prescribiendo antes de que se produzca su castigo, si el delincuente tiene los medios para agotar todas las garantías que otorga el sistema, una realidad que lleva a otra demoledora: hay justicia para ricos y justicia para pobres. Para colmo, también hay jueces condenados por prevaricar, así que la mancha de la corrupción también se extiende entre quienes están encargados en última instancia de castigarla.

En mi opinión, todos tenemos parte de culpa en el resultado. Hemos cerrado los ojos a lo evidente y construido teorías conspiratorias para explicar, o más bien disculpar, determinados episodios que no queríamos creer, muchas veces por pura militancia ideológica, vale citar el ejemplo de las elecciones andaluzas del 25 de marzo pasado, en la que los grandes partidos apenas han sufrido castigo pese a los tremendos escándalos que les afectan. Esto no es nuevo, la Fundación Transparencia Internacional señala que un 70% de los imputados que se presentaron a sus elecciones fueron reelegidos e incluso algunos mejoraron sus resultados electorales. Lo he leído en “Economía a la intemperie” de Andrés González y Rocío Orsi, que citan el estudio “Las consecuencias electorales de los escándalos de corrupción municipal, 2003-2007” de Gonzalo Rivero Rodríguez y Pablo Fernández-Vázquez, que analizaron el impacto electoral de los escándalos de corrupción en los ayuntamientos de Andalucía y la Comunidad Valenciana. Votar a los de siempre, hagan lo que hagan, es un refrendo a una forma de hacer política y lo sabemos pero le echamos a la culpa al empedrado, nos consolamos con excusas “ad hoc” del tipo “para que roben otros…” o “… es que no hay nadie mejor a quien votar”

En esto de las excusas hay otra que aún me duele más, esa de que “España es diferente”, de la que nos sentimos tan orgullosos que hasta la hemos traducido y convertido en eslogan publicitario. Al amparo de esta frase tenemos asumido lo que Garicano llama “versión castiza del capitalismo” o “capitalismo de amigos”, “el del palco del Bernabéu y del despacho de Bárcenas, en el que el rico no es el que tiene la mejor idea o el que ha encontrado la mejor manera de satisfacer una necesidad humana, sino el que tiene contactos, el que conoce al conseguidor de turno”. En su libro “Todo lo que era sólido”, Antonio Muñoz Molina opina que esta forma de actuar se debe en gran medida a la ausencia de controles de legalidad propiciada por los propios políticos aunque, como dice el escritor, “no habrían ido tan lejos sin la indiferencia, la claudicación o incluso la adhesión de sectores tan amplios de la ciudadanía y menos aún sin la mezcla de negligencia profesional, militancia sectaria y disposición cortesana de una parte de los medios informativos”. O sea, todos somos un poco responsables.

¿Debemos resignarnos a que las cosas son así y no pueden cambiarse? Ni mucho menos. Lo primero es participar más en las cosas comunes y esto no es hablar de comunismo o socialismo, evitemos los mismos debates de siempre, el de las clasificaciones. Estamos hablando de vivir en sociedad, es decir, juntos. Se trata de ser menos parásito y de implicarnos más. Y no hay que hacerse político (también podría ser, ¿por qué no?), uno puede comprometerse (sí, comprometerse) en cosas muy simples: podemos votar y no quedarnos en casa, podemos ayudar a la AMPA del colegio de nuestros hijos, asumir gestiones en la comunidad de propietarios del edificio donde vivimos, echar una mano en la parroquia a la que pertenecemos o en la asociación de vecinos del barrio. Todos tenemos algo que aportar.

A otro nivel, si hay algo en lo que todos los autores coinciden es en la importancia de construir una auténtica cultura de rendición de cuentas. Es evidente que necesitamos reforzar el control judicial para que cumpla efectiva y eficazmente su función constitucional. Garicano considera que nuestro sistema es absurdamente garantista y que es necesario reducir apelaciones y agilizar el sistema para evitar que las prescripciones jueguen el papel de asegurar la impunidad de los poderosos. Hay que reducir la influencia de la política a través de las asociaciones profesionales de jueces y reformar el sistema de elección de sus órganos de gobierno para que prime más el mérito profesional. No podemos esperar eficacia en un sistema en el que vigilante y vigilado son la misma persona, no es de sentido común y ésta es razón suficiente para cambiarlo. Garicano también propone objetivar el uso de los indultos y del tercer grado o exigirle a los jueces que hagan su trabajo, que vayan a la oficina (fichar, sí) y promocionarlos sólo cuando resuelvan sus asuntos a tiempo y cuando sus sentencias no sean revocadas en apelación.

En el ámbito de la Administración, los citados Gonzalo Rivero Rodríguez y Pablo Fernández-Vázquez proponen potenciar mecanismos de control institucional que sean capaces de desvelar y sancionar comportamientos irregulares de manera temprana, con ello evitaríamos que las consecuencias sean irreversibles; también proponen reducir los márgenes de maniobra de los alcaldes para la gestión del personal del municipio, en la que se priman las lealtades políticas, lo que dificulta que los comportamientos irregulares salgan a la luz. Esta idea es aplicable en cualquier ámbito de las administraciones, en las que estamos acostumbrados a que el político de turno llegue acompañado de su propio séquito personal de confianza –lo llaman gabinetes-, un tipo de actuación que, salvando las distancias, se parece mucho al desembarco que hacían en las Cajas de Ahorro, con el resultado que ya conocemos.

La tarea es inmensa pero la dificultad no debe desanimarnos, al contrario debe urgirnos a ponernos en marcha. Seamos optimistas, tenemos la oportunidad de cambiar las cosas y, de hecho, ya lo estamos haciendo. Que un ex vicepresidente del Gobierno sea detenido y juzgado es un síntoma de ello, como también lo es la aparición de nuevos partidos y de medios periodísticos, que deben ayudarnos a recuperar el sentido crítico que cualquier sociedad democrática necesita para avanzar. Más allá de las instrucciones o los eslóganes del grupo al que pertenecemos nunca deberíamos renunciar a pensar por nosotros mismos, ni siquiera cuando hablemos de política o de fútbol. Cambiar no es malo, es natural.





1 comentario:

  1. Estupenda reflexión. Cambiar no es malo, es natural, y hoy imprescindible. Pero comencemos por nuestra actitud para que se traslade a las instituciones.

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