Hace unas pocas semanas, el Papa Francisco declaraba que "la sociedad corrupta apesta". No era la primera vez que se posicionaba frente a la corrupción, en su época de cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio ya había dicho que la corrupción "no es un acto, sino un estado personal y social en el que uno se acostumbra a vivir". Me llamó la atención esa diferenciación entre acto y estado. La corrupción no es algo puntual o efímero en el tiempo (acto), que se olvida a la misma velocidad que ocurre. Todo lo contrario, la corrupción permanece y se convierte en una forma de vida o de hacer las cosas (estado).
Estado de corrupción
Ricardo Martínez Galán
Estado de corrupción
Ricardo Martínez Galán
A finales de la semana pasada nos sacudía la noticia de la detención (por unas horas) de Rodrigo Rato, ex vicepresidente y exministro de Economía del Gobierno de España, ex director gerente del Fondo Monetario Internacional y ex presidente de Bankia, al que se acusa de blanqueo de dinero, alzamiento de bienes y fraude fiscal. Debo reconocer que me impresionó su imagen entrando en el coche policial, “ayudado” por el agente que le acompañaría a la comisaría. Sobre todo, me sentí decepcionado, no con la persona porque Rato ya había perdido el halo de milagrero, sino con lo que representa, porque creo que esta detención muestra a las claras nuestra forma de vivir y hacer las cosas.

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¿Debemos resignarnos a que las cosas son así y no pueden cambiarse? Ni mucho menos. Lo primero es participar más en las cosas comunes y esto no es hablar de comunismo o socialismo, evitemos los mismos debates de siempre, el de las clasificaciones. Estamos hablando de vivir en sociedad, es decir, juntos. Se trata de ser menos parásito y de implicarnos más. Y no hay que hacerse político (también podría ser, ¿por qué no?), uno puede comprometerse (sí, comprometerse) en cosas muy simples: podemos votar y no quedarnos en casa, podemos ayudar a la AMPA del colegio de nuestros hijos, asumir gestiones en la comunidad de propietarios del edificio donde vivimos, echar una mano en la parroquia a la que pertenecemos o en la asociación de vecinos del barrio. Todos tenemos algo que aportar.
A otro nivel, si hay algo en lo que todos los autores coinciden es en la importancia de construir una auténtica cultura de rendición de cuentas. Es evidente que necesitamos reforzar el control judicial para que cumpla efectiva y eficazmente su función constitucional. Garicano considera que nuestro sistema es absurdamente garantista y que es necesario reducir apelaciones y agilizar el sistema para evitar que las prescripciones jueguen el papel de asegurar la impunidad de los poderosos. Hay que reducir la influencia de la política a través de las asociaciones profesionales de jueces y reformar el sistema de elección de sus órganos de gobierno para que prime más el mérito profesional. No podemos esperar eficacia en un sistema en el que vigilante y vigilado son la misma persona, no es de sentido común y ésta es razón suficiente para cambiarlo. Garicano también propone objetivar el uso de los indultos y del tercer grado o exigirle a los jueces que hagan su trabajo, que vayan a la oficina (fichar, sí) y promocionarlos sólo cuando resuelvan sus asuntos a tiempo y cuando sus sentencias no sean revocadas en apelación.
A otro nivel, si hay algo en lo que todos los autores coinciden es en la importancia de construir una auténtica cultura de rendición de cuentas. Es evidente que necesitamos reforzar el control judicial para que cumpla efectiva y eficazmente su función constitucional. Garicano considera que nuestro sistema es absurdamente garantista y que es necesario reducir apelaciones y agilizar el sistema para evitar que las prescripciones jueguen el papel de asegurar la impunidad de los poderosos. Hay que reducir la influencia de la política a través de las asociaciones profesionales de jueces y reformar el sistema de elección de sus órganos de gobierno para que prime más el mérito profesional. No podemos esperar eficacia en un sistema en el que vigilante y vigilado son la misma persona, no es de sentido común y ésta es razón suficiente para cambiarlo. Garicano también propone objetivar el uso de los indultos y del tercer grado o exigirle a los jueces que hagan su trabajo, que vayan a la oficina (fichar, sí) y promocionarlos sólo cuando resuelvan sus asuntos a tiempo y cuando sus sentencias no sean revocadas en apelación.

La tarea es inmensa pero la dificultad no debe desanimarnos, al contrario debe urgirnos a ponernos en marcha. Seamos optimistas, tenemos la oportunidad de cambiar las cosas y, de hecho, ya lo estamos haciendo. Que un ex vicepresidente del Gobierno sea detenido y juzgado es un síntoma de ello, como también lo es la aparición de nuevos partidos y de medios periodísticos, que deben ayudarnos a recuperar el sentido crítico que cualquier sociedad democrática necesita para avanzar. Más allá de las instrucciones o los eslóganes del grupo al que pertenecemos nunca deberíamos renunciar a pensar por nosotros mismos, ni siquiera cuando hablemos de política o de fútbol. Cambiar no es malo, es natural.
Estupenda reflexión. Cambiar no es malo, es natural, y hoy imprescindible. Pero comencemos por nuestra actitud para que se traslade a las instituciones.
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